¡Qué alegria! Hemos matado a un hombre lobo.

Estoy superatareado. Y últimamente con pocas ganas de diezmar la población mundial del planeta a base de sustos literarios lo más monumentales posibles… Miro una de las vigas de la techumbre del ala oeste de mi castillo. Me imagino una soga, y de ella pendiendo mis musas…
– ¡Señor! ¡Señor!
¿Qué ocurre, Dominique?
– Tenemos una visita de las orondas.
Perdonen el elemental lenguaje de mi mayordomo…
¿De quién se trata en esta ocasión?
– De Bustarrazo, el licántropo súper gordo.
Y dále con tu ordinariez.
– Es que pesa doscientos kilos el tiparraco. A Bogus Bogus le han entrado las fiebres de malta al enterarse la cantidad de chuletones de gato que va a tener que asar a la parrilla para contentar su apetito desmesurado.
Bueno, siempre queda la solución de guiarle por el corredor con la trampilla secreta que da al foso de los tiburones.
– ¿Entonces echamos mano de Harry para eliminar visita tan pesada?
Eso mismo. Y después de que lo haya conseguido, le daré media hora de asueto. Seguro que me lo agradece.
– Yo opino que Harry mandará la generosidad supina de mi amo al vertedero de basura más cercano.
No te he pedido tu opinión, pazguato.
En fin, mejor dar a conocer un relato en honor a la memoria de Bustarrazo… Lástima, con lo bien que aúlla.

Ethaniel y Zachary estaban aterrados. A pesar de ser dos hombres de pelo en pecho, y de ser leñadores, con fácil manejo de la motosierra de cadena, aquella desagradable sorpresa les hizo de pasar el peor trago de sus vidas cuarentonas.
– Es terrible, Et – le dijo Zachary a su compañero, contemplando los dientes de la motosierra impregnados de sangre.
– Y que lo digas. ¡Quién iba a decir que por esta zona pudieran existir hombres lobos!
– Así es. Pero le hemos echado lo que había que echar, y ha acabado recibiendo su merecido. Ahora vayamos a avisar al ayudante del sheriff. Nosotros ya hemos hecho bastante. Que él se haga cargo del resto.
– Como tú digas, amigo.
Los dos montaron en su ranchera, abandonando el bosque de Ferrick, en dirección a la localidad de Tree Junction.


Una hora después estaban de vuelta en la amplia arboleda de pinos. El hombre lobo estaba bastante despedazado por los efectos mortíferos de las motosierras de los leñadores.
– En fin, muchachos. Lo vuestro es de juzgado de guardia – les enfatizó finalmente el ayudante del sheriff, Donald Swamp, con el ceño fruncido.
– Hombre. El pobre bicho opuso bastante resistencia. Por eso está tan descuartizado – le explicó Ethaniel.
Donald echó mano a las esposas.
– Venga, los dos, quiero que juntéis una muñeca con la muñeca del otro. Os tengo que esposar y llevar detenidos a comisaría.
– ¡Cómo!
– ¿Se le han fundido los fusibles? Encima que hemos hecho un bien a la comunidad…
– Qué bien ni que niño muerto – rezongó el oficial enfurruñado. – No habéis cazado a un hombre lobo, si no que acabáis de asesinar a la nueva maestra de la escuela elemental del pueblo.
– ¡No puede ser! Es un hombre lobo. Más peludo no puede ser.
– Seréis botarates. Lo que lleva encima es un abrigo de piel. No me puedo creer que nunca hayáis visto a una mujer vistiendo uno de ellos. Y vale que la señora Hills sea fea de narices, pero eso no es excusa suficiente como para haberla hecho picadillo.
Una vez esposados, acompañó a los dos leñadores hacia el coche patrulla.
Estando los dos situados en la parte trasera, puso el vehículo en marcha.
– Tiene que estar usted equivocado, agente – insistía Zachary. – Es un hombre lobo. No hacía más que gruñir cosas sin sentido.
Donald lo miró por el espejo retrovisor, clavándole una mirada asesina.
– Claro que no la podías entender. La pobre estaba de picnic. La pillasteis comiendo un trozo de pastel de arándanos. Tenía la boca llena, y si encima os presentasteis de sopetón, dándole un susto con las motosierras, seguro que se atragantaría. Hatajo de idiotas.
Ethaniel y Zachary se miraron el uno al otro.
– Mira que te dije que era un poco raro verle a un hombre lobo con una porción de tarta en la mano – le reconoció Zachary a Ethaniel.
– Ya. Pero en los dibujos animados eso suele ocurrir con frecuencia – continuó erre que erre Ethaniel.
Donald apretó con firmeza el volante.
Diantres. ¿Qué les iba a decir a los niños?
¿Que la nueva maestra llevaba ejerciendo sólo dos días y ya había pedido vacaciones?

4 comentarios en “¡Qué alegria! Hemos matado a un hombre lobo.

  1. Así es Mar. También se puede conjugar el terror con el humor. Y estos dos eran tan paletos, que se nos cargan a la maestra del pueblo. Por mi puedes prorrogar tu estancia en mi castillo el tiempo que quieras. Siempre y cuando luego pagues la cuenta en Recepción, ja ja.Un fuerte saludo. 🙂

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