La charlatana


CENA ESPECIAL DEL VIERNES. Invitado honorífico:
OBIWAN1977

MENÚ DE LA NOCHE:

Entrantes- Lechuga podrida con espárragos pasados de moda
Primer plato – Ojos de búho con salsa parmesana
Segundo plato – Empanada transilvana rellena de sanguijuelas rebosantes de sangre humana
Postre – Cuajadas de leche de hiena hembra
El festín se hará acompañado de selectos caldos, estilo Vino Marqués de Sade 1785

-Una vez cenados como El Amo manda, el lector de Escritos de Pesadilla seleccionado para tal ocasión, en este caso, un tal Obiwan1977, será sometido a tortura…
digo, se encargará de leer en voz alta por un megáfono el relato escogido por nuestra Excelencia, El Señor de la Oscuridad Pútrida y Nauseabunda.
O sea, el que nos hace trabajar a destajo y cada vez nos recorta más el salario, el muy…
¡Dominique! No te vayas por los cerros de Úbeda.
– Nada, señor. Que nuestro invitado se dispone ya a graznar con todas sus fuerzas el relato de LA CHARLATANA…


NEW HAMPSHIRE LINES

NUEVO ACCIDENTE LABORAL MORTAL
(AZT Agencias, Exeter, Estado de New Hampshire, 29 de abril de 2009)

El quinto accidente laboral con resultado mortal para el trabajador en New Hampshire, ha tenido lugar esta madrugada, a las 2:05, en la planta de fermentaciones de cerveza Ludmeister. El fallecido, Levander Collors, de 45 años, era el encargado del turno nocturno. Por razones que aún se desconocen, el trabajador ha sido hallado ahogado en el interior de una tina de fermentación de cinco mil litros. La policía local está abriendo una línea de investigación, pues se sospecha que más allá de un desgraciado contratiempo laboral, pueda haber ciertas connotaciones de una negligencia imprudente por parte de alguno de los empleados de la fábrica. También se está evaluando las medidas de seguridad disponibles en la empresa con respecto a los miembros de la plantilla de Ludmeister en materia de prevención de riesgos laborales.

Estaba furioso consigo mismo. Una nueva oportunidad perdida. Sus poderes infinitos eran lesivos para sus congéneres. Si no conseguía controlarlos, jamás podría convivir con ellos. Sería un completo inadaptado. Un bicho raro.
Aunque en esta ocasión no fue por perder el empleo. Más bien por no haberlo conseguido. Aquel hombre no aceptaba ofrecimientos de parte de nadie para formar parte de la plantilla sin que antes intentara presentarse ante los de Recursos Humanos. Él trató de eludir ese filtro. La tensión siempre había podido con él en las entrevistas de selección de personal. Por alguna razón u otra, tendía a perder la compostura, y por ende, las posibilidades de ser contratado.
Sin trabajo, no había ingresos.
Así de claro.
Por eso estaba tan impaciente en la obtención de un puesto de trabajo.
El encargado no se avino a razones, y su furia emergió a la superficie como la aleta intimidante de un tiburón en las cercanías de una playa atestada de bañistas.
Afortunadamente, nadie le vio acompañando al encargado el rato que estuvo tratando de convencerlo para que le contratara directamente sin tener que antes entregar su currículum al departamento de Recursos Humanos de la cervecería. Su terrible reacción iracunda pasó inadvertida para todo el mundo, menos para el infausto encargado del turno de noche.


Beatriz Longer era una de las empleadas de limpieza del centro comercial Buy at Low Prices (BLP), en Dover. Se ocupaba de todas las mañanas a las siete y media, y de lunes a sábado, de dejar limpio como los chorros de oro dos de los locales de la galería comercial. La buena mujer tenía cincuenta y cinco años. Estaba casada y con cuatro hijos. Optimista por naturaleza, y de verbo fácil, le encantaba hablar hasta por los codos con todo el mundo. De hecho tenía una gran amistad con el veterano guarda del tuno de mañana en el centro comercial. Este era Brian Willing. Estaba en su último día de trabajo antes de tener que jubilarse a los sesenta y cuatro años. Ambos se llevaban de cine. Brian tenía su puesto justo a la entrada de la sala de ventas, al lado de la galería comercial, y muy cerca de uno de los dos locales que Beatriz tenía que limpiar a conciencia con la escoba, los trapos para quitar el polvo y la fregona.
– Así que hoy es tu última mañana, eh, Brian – dijo Beatriz, abandonando la tienda para hablar con el vigilante. De hecho, lo hacía con excesiva frecuencia. La limpieza de los dos locales le tendría que llevar como mucho una hora, y ella tardaba dos porque se entretenía charlando cada dos por tres con Brian.
– Sí, señora. Ya está bien. Llegó la hora de descansar y disfrutar algo de la vida, Bea.
– Jolines. Te voy a echar mucho de menos, muchacho.
– No te quejes. Seguro que mañana a esta misma hora le estarás dando la vara al que me esté sustituyendo – Brian le guiñó el ojo derecho con malicia.
Beatriz se llevó las manos a los costados, simulando indignación.
– Oye tú, que yo no me vendo tan fácil.
“Por cierto, ¿ya sabes quién viene en tu lugar?
– Ni idea. Bueno, por lo que me ha comentado el Inspector, debe de ser un chico joven. De treinta años más o menos. Y nada más. Ni sé cómo se llama, ni si está casado, ni si estuvo en Irak con los Marines…
– Carajo. En fin, mañana le conoceré. Eso si, será muy difícil que sea una persona tan agradable como lo eres tú, Brian.
– Me vas a hacer sacar los colores en las mejillas, señorita.
– Mira este. Que estoy casada y a mucha honra.
– Si, sería muy mala señal que a tu edad aún estuvieras soltera y sin compromiso.
– Serás desvergonzado.
– Ya ves, yo es que no me contengo contigo, ja ja.
– Ay, Brian. Te voy a echar un montón de menos. Ven un beso casto de despedida en la mejilla, caracoles…
– Como tú mandes, chiquilla.

El traje le quedaba a la medida. Se contempló su imagen en el espejo de cuerpo entero del vestuario. Se arregló el nudo de la corbata.
Perfecto.
Era el día de la euforia. El inicio de una nueva vida.
Su oportunidad de recuperar por fin la autoestima en sí mismo en el estreno de otra ocupación laboral. Y sin haber tenido que pasar previamente por el doloroso trámite de una entrevista de trabajo. Cierto es que en el mal retribuido sector de la seguridad privada, siempre había puestos disponibles. Por ello fue seleccionado de manera directa.
Iba a ocupar una vacante dejada por un guarda que había llevado casi veinte años seguidos en el mismo servicio. Ayer hizo su último día, antes de la merecida jubilación.
Su tarea era en principio sencilla. Permanecer quieto en su sitio durante doce horas. De pie. Controlando la entrada a la sala de ventas mientras el centro estuviese cerrado al público, como luego durante su apertura en el resto del día.
Tirado de fácil.
Eso es lo que había pensado.
Al iniciar el turno, informó de ello por la emisora a la central. De inmediato se ubicó en su puesto. Eran las seis de la mañana.
Los empleados iban entrando, pasando por su lado. Le saludaban, y él, tratando de no irritarse, les devolvía el mismo con cierta cortesía.
Respira hondo, se decía.
No la cagues.
Ahora tienes un trabajo.
Hazlo bien.
Discurrieron las primeras dos horas. Las suficientes para entender que su tarea iba a ser consecuentemente aburrida y rutinaria.
Mejor. Así mantendría la calma con facilidad.
Aunque a lo mejor, cuando fuesen a abrir el centro a partir de las nueve de la mañana, la clientela empezaría a buscarle las cosquillas con preguntas absurdas y quejas que nunca vendrían a cuento. Sin olvidar a los chistosos y a los ladronzuelos de poca monta.
Aspiró profundamente. Se fue relajando en previsión de que luego pudiera sentirse algo agobiado por la presencia de los clientes.
Cerró los párpados para contemplar una oscuridad artificial durante diez segundos.
Entonces…
– Hola, muchachito.
Qué…
Abrió los ojos y giró el cuello hacia su izquierda. Una de las mujeres de la limpieza, en concreto la que estaba limpiando desde las ocho menos cuarto de la mañana la pizzería situada al lado de la entrada a la sala de ventas, era quien había tenido la osadía de interrumpir su fase de meditación.
– Eres el nuevo. El que sustituye a Brian – continuó la buena mujer.
La miró ceñudo.
– ¿Quién es ese tal Brian? – preguntó, desconcertado.
– El anterior vigilante. El que estaba en tu puesto.
– Ya. Si. No tengo el placer de conocerle.
– Qué pena. Es un hombre majísimo. Ahora está jubilado. Llevándose la vida padre. Qué suerte tienen algunos.
– Bien.
Perfiló una media sonrisa.
Bueno. La presentación ya está hecha. Ahora la señora de la limpieza vuelve a la pizzería y yo sigo aquí plantado como un pino. Tranquilo. Sosegado. Sin perder los estribos.
Pensó que todo estaba ya bajo control.
Al menos así fue durante los próximos diez minutos.
Hasta que…
– Oye, muchacho. No me has dicho cómo te llamas.
Apretó los puños con fuerza.
De nuevo volvió el rostro hacia aquella charlatana.
– Soy Jerry.
La mujer prorrumpió en una risotada escandalosa al escucharlo.
– ¡Ay, qué gracia! Como Jerry Lewis.
– No me apellido Lewis.
– Me imagino. Además no tienes tanta edad. ¿Cuántos años tienes, Jerry?
Esa falta de intimidad.
La excesiva curiosidad ajena.
Todo ello le sumía siempre en una incomodidad extrema.
Se atusó el cuello de la camisa.
Empezaba a sudar por la nuca.
La miró, tratando de disimular su irritación más profunda.
– Tengo treinta y dos años.
– Vaya. Eres un poco más mayor de lo que me dijo Brian. Él me aseguró que tendrías treinta como mucho.
– Le repito que no conozco de nada a ese Brian. Es imposible que él supiera mi edad concreta.
– Ya, eso te piensas tú, chaval. Brian es un lince. Siempre da en el clavo.
Los poros se le estaban dilatando. Estaba ya en plena fase de transpiración.
La angustia.
Los nervios.
Se revisó el nudo de la corbata por enésima vez.
La señora de la limpieza escrutó su figura con un único ojo, entrecerrando el otro. Le apuntó con el mango de la escoba, como si este fuera el dedo acusador de un miembro de la inquisición española.
– Oye, Jerry. Ese traje que llevas te da mucho calor. Estás sudando demasiado.
– No hace calor, señora.
– No lo niegues, chico. Yo lo entiendo. Es tu primer día aquí. Todo el mundo, cuando se estrena en su nuevo trabajo, tiende a pasarlo mal y a ponerse algo nervioso.
“Por mí no te cortes. Si tienes calor, quítate la chaqueta y quédate en mangas de camisa. Al menos hasta que se abra el centro. Nadie te dirá nada por eso. Brian siempre lo hacía cuando tenía calor.
Sentía las pulsaciones acelerándose en ambas muñecas. Su corazón trepidaba.
Le dolían los ojos. La cabeza.
Se le aceleraba la respiración.
– Oye, Jerry. Te estás poniendo rojo como un tomate. Espero que estés bien. Aunque si ves que estás agobiado por tu primer día de trabajo, puedes salir un rato fuera a tomar el aire. Seguro que te recuperas en un periquete.
La carne debajo de las uñas de los dedos de las manos se le pusieron blanquecinas. Apretó los dientes con tanta fuerza en las mandíbulas, que los hizo rechinar.
Los dedos de los pies estaban doblados dentro de los zapatos.
– Jerry… No me cuesta nada acercarte un vaso de agua. Seguro que con un poco de bebida, te repones un en un santiamén.
Se volvió con rostro enfurecido hacia ella.
Sus ojos la contemplaron con una furia irresistible.
Concentró sus deseos en la figura de la mujer de la limpieza.
Unos deseos que finalmente fueron cumplidos.

NEW HAMPSHIRE LINES

EXTRAÑO ACCIDENTE DE TRABAJO EN EL CENTRO COMERCIAL BLP DE DOVER
(John Rogan, Dover, estado de New Hampshire, 15 de mayo de 2009)

Una trabajadora de limpieza de la empresa Cleaning 24 Hours, ha sido hallada en estado inconsciente frente al local donde estaba ejerciendo sus labores de limpieza.
B. L., de 55 años de edad, fue encontrada en las inmediaciones de una pizzería con quemaduras de avanzada gravedad. Al parecer, debió de sufrir las consecuencias de una agresión superficial por la mezcla de los componentes de dos productos de limpieza incompatibles entre si, formando una reacción química que le llegó a afectar en un noventa por ciento de alcance en el rostro, principalmente en la boca, vista y músculos faciales. Según testimonios de dos de sus compañeras de trabajo, la afectada, a resultas de los efectos del ácido, tenía los labios sellados entre sí como si fueran cera derretida, y otro tanto sucedía lo propio con los párpados y la zona de los pómulos.
Nada más llegar los servicios de emergencia, fue trasladada con carácter urgente al Hospital de Dover, para ser tratadas sus quemaduras faciales de tercer grado. Su estado en general ha sido considerado como muy grave.

Ni un día le duró el trabajo de guarda de seguridad en el centro comercial.
Estaba muy alterado.
Se puso el chándal y salió a correr por el parque. Tenía que liberar toda la frustración y la tensión acumulada en el sistema nervioso.
Porque ni siquiera el hecho de haber hecho acallar a aquella señora tan charlatana de manera definitiva le había dejado del todo satisfecho.

10 comentarios en “La charlatana

  1. Vaya!! Que bien a narrado tu relato el señor Obiwan, ains.. menos mal que yo no soy nada charlatana, que si no menudo final em esperaría. Mas bien me identifico con el guarda de seguridad XDDSaludos!

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  2. Bufff, no sé si ha sido la ligera cena o el intenso relato el que me ha dejado este mal cuerpo.En fin, espero que no se me haya notado demasiado el miedo en la voz mientras leía este terrorífico relato. Quizás algún temblor en la voz hacia el final, cuando poco a poco iba perdiendo los nervios a la vez que Jerry.No es fácil contenerse siempre. Espero no haber cometido ninguna locura de la que no tenga conciencia a estas horas de la mañana. Ciertamente no recuerdo con claridad si acabé de leer el relato en voz alta anoche. Todo está un poco confuso. ¿Qué era lo que llevaba exactamente esa salsa parmesana que acompañaba a los ojos de búho?

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  3. Estás en lo cierto, Mar. El ilustre invitado se comportó de manera digna. Esto de tener que narrar semejante relato después de una descomunal pitanza, sin darle tiempo necesario para la digestión, y encima delante de una concurrida sala llena de ansiosos oyentes, empleando para ello un megáfono, y con Dominique apuntándole con una lanza bengalí por si se atascaba en la lectura, ha sido muy meritorio.Para ser el estreno de La Cena del Viernes, el señor Obiwan ha puesto el listón muy alto.Recibe un fuerte abrazo, Mar. Y reza para que no seas la próxima invitada de la semana que viene, ja ja. 🙂

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  4. Je, je, Obiwan1977. La salsa parmesana llevaba tropezones de carne marinada de buitre carroñero.Suele dar probleamas en los comensales de estómago delicado, pero en fin, eres un muchachote saludable. Dentro de una semana se te pasarán los efectos secundarios.Enhorabuena por la narración.Hasta Harry se puso a llorar como una magdalena cuanto llegaste al último párrafo.Recibe un fuerte abrazo, compañero. 🙂

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  5. Umm, rezar va a ser que no, por aquello de ser atea, jaja. Pero bueno, lo mismo no está tan mal que me invites a cenar :PY por cierto, en el comentario anterior me faltan letras (una h) o las intercambio de lugar, será del susto?!?!?

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