Mentes homogéneas de Norteamérica

Estamos en los comienzos de una semana nueva. Pero primero permitan que me presente…
Soy Dominique. Mi amo está ausente en estos momentos. Me ha sugerido que puedo ofrecer a los visitantes un relato revisado y corregido porque aún falta un poco para finalizar una de sus nuevas creaciones.
Así que he escogido este título. También es de ciencia ficción. Como soy un fanático de este género, y el amo es tan poco pródigo en escribir obras visionarias del futuro, lo publico. Si no se me quejan al amo, les prometo que lo que venga en los próximos días de Escritos será terror y misterio en estado puro y duro.
Hasta que llegue ese momento, a aguantarse, je je…

Una tarde noche indeterminada de un verano del año 2150.

Mineola – Estado de Nueva York -.

Tim Braxtor se quedó parado al instante, fijo, inmóvil y consolidado como un bloque de granito sin esculpir ante la brillante y perturbadora superficie de la luna rectangular del escaparate. Los destellos que difundían las luces de neón que anunciaban de manera pomposa el nombre del establecimiento comercial “Almacenes Valerio Dellatorre” hacían que su reflejo de cuerpo entero apareciese en la textura solidificada del cristal en una mezcolanza de variantes coloristas, formando multitud de parches geométricos como si estuviera en el interior demencial de una discoteca “underhell” que emitiese música psicodélica, cuya principal letra inducía a la juventud independizada de los lazos paternales al suicidio colectivo mediante la ingestión de una sobredosis de pastillas sintéticas “sluggish”1. Su rostro demacrado y amargado, apolillado por la sinrazón de la rutina diaria auspiciada por el Primer Hombre, tan pronto adoptaba la tonalidad rojiza de un inmenso tomate californiano, hinchado y crecido por la exposición a la lluvia radioactiva, como variaba de color conforme la piel arrugada y reseca de un camaleón, tornándose en una máscara verde luminosa perfilándole un parecido externo con el de un alienígena aturdido que proveniente del lejano planeta “XO 15” acabara de sufrir un serio percance con la estabilidad de la nave espacial utilitaria, viéndose forzado por las circunstancias a aterrizar en pleno sembrado decadente del Medio Oeste, debiéndose de dar a la fuga nada más posar la bota de compresión en tierra y ver como el en principio accesible terrícola que le recibía con todos los honores asignados al protocolo de la cortesía interplanetaria, blandía nada más y nada menos que un destacable garrote de madera de roble de un metro de largo.
Un reguero incesante de personas indiferentes a cuanto les rodeaba surgía y desaparecía con suma rapidez por detrás de la figura inamovible de Braxtor. Este observaba su transitar reflejado vagamente y con indolencia sobre el vidrio de cinco centímetros de grosor del expositor como meros números digitales que debían cumplir con lo que el destino disfrazado de ecuación había determinado para ellos con meses y años de antelación. A esa hora en concreto, las ocho de la noche de un lunes tórrido y con los niveles de polución en su estado más soportable para la respiración, debían de pasar por ese punto en cuestión sincronizados por el software programado en la placa “One Mind”, que no era otra cosa que un inapreciable microchip implantado en el hemisferio dominante de sus cerebros en la primera semana del nacimiento. Desde ese momento de anquilosamiento intelectual, la devoción hacia el Primer Hombre sería íntegra y conjunta como un todo. Y ese todo equivaldría a una nación entera.
Aunque…
… existían los “Dañados”.
Los “Dañados” eran números deteriorados. Las órdenes almacenadas en la memoria de la placa “One Mind” no fluían con la limpidez y con la firmeza inflexible que sería deseable, fruto de lo cual se sucedía el desconcierto que conducía inexorablemente al caos y a la anarquía más absoluta. Y para remediar este desbarajuste que amenazaba con parasitar el cuerpo único, infectando las venas de la nación que conducían hasta el corazón de Nueva Washington, haciendo que degenerase en sus funciones, bombeando sangre carente de plasma, la ejecutiva del gabinete sobre el cual se sostenía la figura prominente e intocable del Primer Hombre configuró el cuerpo auxiliar de élite de los “Cumplidores”, integrado en su mayoría por las fuerzas de asalto que tomaron parte activa en el famoso derrocamiento del Presidente Wilson III, último sustentador del régimen democrático y sufragista que imperaba en los estados de la nación desde el final de la 3ª guerra civil, la Guerra del Gran Bienestar. Los “Cumplidores” disponían del decreto judicial de patrullar de incógnito por las calles de las metrópolis, vigilando los movimientos de sus habitantes, quebrantando su derecho a la intimidad y del libre albedrío, asegurándose por medio del software en tiempo real de su escáner de bolsillo, en cuya pantalla quedaba registrado quién obedecía las directrices de su “One Mind” y de quién se trabucaba rigiéndose por otro mandato no registrado en el orden del día. Quienes incurriesen en dicha disidencia, los números “Dañados”, eran erradicados del Sistema Único de inmediato.
Tim Braxtor era un número de lo más saludable. Formaba parte inmutable de los números de la Vida. Su misión puntual consistía en permanecer quieto e impasible, mirando sin interés de hacerlo hacia los maniquís desnaturalizados dispuestos al otro lado del escaparate, sumiso como un cordero durante los siguientes cinco minutos. Transcurrido semejante lapso de tiempo habría cumplido sobradamente con las pautas y las normas del comportamiento “pasivo”, inherente al “planning” estructurado en los laboratorios cibernéticos de la Nación Única que contemplaba la evolución preestablecida de su destino, y por lo tanto, ya podría ir a donde quisiese o se le antojase siempre dentro de los límites permitidos por el “pensamiento único” del Primer Hombre.
Su semblante adquirió un llamativo matiz azulado. Más tarde – las luces del escaparate mutaban cada diez segundos – medio semblante era cobrizo y el otro medio se le tiñó de un lívido tono grisáceo.
Anclado sobre su peana como si fuera un maniquí más, continuó observando con desinterés el discurrir de las personas por ese tramo de la acera de grafito. De repente, como si fuera un extra más de esa película insípida y aburrida, o una crisálida a punto de despojarse de su capullo para encarnar las vivencias de una polilla gris, surgió la presencia de una señora de trazo grueso paseando a su animal de compañía, situándose detrás de él a unos dos metros de distancia. La mujer tendría unos setenta años mal llevados, medía un metro sesenta y sobrepasaba con creces el peso límite de pesaje impuesto por la báscula parlanchina de farmacia. Su mascota era un perro insignificante, muy cercano al prototipo de la legendaria raza “chow-chow”: pequeñajo, de aspecto redondeado y con un babeo ciertamente desagradable. Sin duda era un “mutante cánido cibernético”. Se asemejaba a un aborto de la naturaleza. Afortunadamente para los transeúntes más cercanos el chucho estaba bien sujeto por una correa de eslabones de hierro enganchada al collar “repele parásitos” que portaba alrededor del cuello.
El reloj digital del Manchester Bank marcaba las 08:20 P.M.
La señora estaba cumpliendo con la hora asignada al destino artificial y arbitrario del animal. Era obligación sine qua non que paseara al can a esa hora y más en concreto, debía de obligarle a realizar sus necesidades en la farola emplazada de soslayo frente al escaparate del expositor de los “Almacenes Valerio Dellatorre”.
El horripilante boceto inacabado de perro se encaminó con destemplanza y sin gracia hacia el pie de la farola. Disponía de sesenta y cuatro segundos de margen para cumplir con el horario preestablecido por la sección creadora de Vida Artificial de Ayuda y de Acompañamiento a la tercera edad.
– Venga, “Tiny”, que se nos está echando el tiempo encima – gorjeó la anciana.
Braxtor entornó mínimamente los párpados, observando al “chow-chow” apoyar una pata trasera sobre el frío acero de la base de la farola. La mujer estaba controlando el tiempo por medio de su cronómetro de bolsillo. Faltaban escasos segundos para el plazo de tiempo estipulado e insertado en los miles de transistores del microchip “One Mind” de “Tiny”, cuando el contratiempo reencarnado en el espectro sombrío de un minino renqueante de la pata trasera derecha y con el sarnoso pelaje del lomo arrancado casi a mordiscos por parte de algún perro agresivo se magnificó en el meollo de la escena surgiendo de entre dos cubos de la basura. La mujer de edad avanzada no se percató de la inminente presencia del gato tiñoso, pero sí lo hizo su repelente “chow-chow”. El animalito se puso tenso, impregnado de una irritación instintiva enraizada de manera intrínseca en sus genes, echando a correr de forma endemoniada en pos del felino.
“¡guaaa! ¡guaa!”
Su dueña se dio cuenta tardíamente del incidente al tensarse la correa. La sorpresa la desbordó por completo y la sujeción de la cadena terminó por escurrirse de entre los dedos regordetes de la mano derecha.
– ¡Tiny! – barboteó la inmensa mujer, perpleja por ese imprevisto.
Miró a la hora parpadeante del cronómetro. Los dígitos señalaban que el tiempo otorgado para la micción del animal había finalizado ya desde hacía veinticinco segundos. Los ojos llorosos y frenéticos de la dama se entornaron, llevándose una de las manos a los labios apretados por la tensión.
– ¡Tiny! – profirió aterrada, mordiéndose las uñas y la piel de los nudillos.
“Tiny” proseguía obcecado en su correría desbocada, pegándose a los talones del felino hasta doblar la esquina que daba al interior de un callejón sin salida cercana a la gran avenida.
– Tinyyy…- musitó la mujer apoyándose contra la farola desesperada.
Un quejido lúgubre y pastoso surgió desde el callejón sombrío. Tres tajadas secas y profundas se fueron propagando por la atmósfera impregnada del polvillo flotante del plomo de la contaminación.
“zasss”
“zasss”
“zasss”
Braxtor las escuchó con nitidez y cuando comprendió el significado de las mismas escupió sobre el rostro protegido de uno de los maniquís. La flema viscosa se apelmazó en un solo grumo sobre el vidrio blindado, adquiriendo la forma de una célula muerta; segundos después tendría la forma de una ameba. El silencio que impregnaba a ese trecho de la gran avenida, con la muchedumbre caminando sin volver la vista atrás, sería violentado por los pitidos cortos y agudos de su reloj de pulsera, avisándole del cumplimiento del horario programado en su “One Mind”. Lo silenció al instante y se volvió de medio lado en dirección hacia la bocacalle que conducía hacia los entresijos del callejón sin salida posterior. De repente, y sin el menor aviso, surgió la silueta de un hombre atlético uniformado recortada a contraluz de la lumbre de una de las farolas que tachonaban el borde de la acera de la avenida, evadiéndose de la oscuridad del dintel del callejón. Fue doblando la esquina, con los pasos de sus botas reglamentarias de cuero negro resonando sobre el grafito del suelo de la acera.
“pas-pas-pas”
– “Tiny”…- sollozaba la dama sin querer afrontar la realidad de los hechos, renegando del futuro que iba a aguardarle a partir de esa misma noche.
El brigada de segundo grado del cuerpo de los “Cumplidores” se aproximó con aplomo a su lado, mostrando la dentadura blanca y reluciente como el marfil más puro, sin defectos en su esmalte, atendiendo a la sabiduría de la higiene dental.
Adelantó dos pasos más.
“pas-pas”
Emitió un sonido de reprobación con la punta de la lengua al restallarlo contra el interior de los incisivos, arrojando la cabeza inerte del “chow-chow” a un par de pasos de la mujer. Enseguida quedaría aderezada dentro de un charco de sangre avinagrada, mirando ciegamente al cuerpo desmoronado de su dueña.
– Señora… – se dirigió el brigada hacia la anciana.
– Tiny…- gimoteó ella con todo su dolor mirando a la cabeza decapitada del infortunado animal. La lengua del can colgaba desairada por entre los colmillos como un trapo de franela hinchado por la humedad.
Quien se ocupó de cercenar la vida de “Tiny” trató en mostrar su más sincera condolencia a la dama:
– Lo lamento profundamente, señora.
“No pude evitar hacerlo.
“Debía de cumplir con mi DEBER.
El “Cumplidor” se encogió de hombros, inmutable.
Era inútil explayarse. No merecía la pena justificarse. Ella ya lo sabía. El tiempo se había consumido. El destino de la precaria criatura era servir de alimento a los gusanos desde ese mismo instante. No había concesiones ni derechos a prórrogas añadidas. Y mucho menos tratándose de un miembro “Dañado” de la fauna cibernética. Por eso lo innecesario de que el brigada ocultase el cuchillo de supervivencia “Bleed to Death”2 que portaba en la mano derecha enfundada en un guante de látex. El filo laminado al carbono estaba manchado de rojo escarlata, de donde goteaban lágrimas de moribundo hacia el suelo…

– Fue doloroso, aunque no sufrió mucho. Cuando se quiso dar de cuenta, ya le había asestado las tres cuchilladas, separándole la cabeza del tronco…- comentó el brigada a Braxtor a las puertas de un club nocturno situado no muy lejos de los “Almacenes Valerio Dellatorre”.
Cuando llevaban unos minutos de charla insípida y monocorde se coló por entre los dos un niño de nueve años, perseguido por otros dos. El niño delantero llevaba una pistola de aceite, y al defenderse de sus compañeros de juego no le importaba ni lo más mínimo si erraba el blanco manchando a algunos de los viandantes.
El “Cumplidor” miró de soslayo al niño.
– Esa actitud… – susurró tan calladamente que Braxtor ni le escuchó.
Desenganchó el escáner del control del comportamiento del parche de velcro de la cadera derecha. Centró su vista glacial en la pantalla, dirigiendo la mini-antena periscópica hacia los niños que estaban correteando en círculos alrededor de cada una de las farolas más cercanas. La pantalla táctil permaneció un par de segundos en blanco hasta que se disparó, mostrando una fotografía de primer plano del niño gamberro. Apretó un icono de salida de datos y estos quedaron reflejados de forma centrada al lado de la fotografía tridimensional.

SINCLAIR, DAVID DAVIS
Rd. 155, Big East
MINEOLA (Estado de Nueva York)
Número Id: 10005321 – Serie A33
ANOMALÍA DE LAS ÓRDENES DE CONDUCTA:
93/53/71AB/977 Subcódigo 4.56.4009
Estado actual: Prescindible.

Apagó la pantalla del escáner y lo volvió a enganchar en el soporte de velcro de la cadera.
Sus ojos taciturnos discreparon por una fracción de segundo con lo que acababa de leer.
Declinó reflejar sus sentimientos externos a Braxtor, ofreciéndole la espalda, y con voz monocorde antes de ir en pos del niño “Dañado”, terminó por sincerarse ante su interlocutor:
– Esto me mata. El sólo hecho de tener que hacérselo también a un niño…
“A un niño “Dañado”… Me estremece con un remordimiento inusual. Y lo malo de todo es saber que por mucho que lo intentes, acabará sufriendo.
“Y cuando ves que sufren, empiezas a dudar del Sistema Único. Y esto tienes que sacártelo de la cabeza, porque si no…
“Si no…
“Dios.
“Estás igual de acabado que “ellos”.
Fue avanzando con el rostro contrito.
Un paso.
Dos.
Los niños lo vieron llegar con la admiración que daría contemplar a cualquier jugador destacado de la liga profesional de “Push´em Out”. 3
El hombre uniformado se situó entre ellos, colocándose de cuchillas al lado del niño “Dañado”.
Ensanchó una sonrisa de campeón, granjeándose de entrada la confianza del pequeño.
– Tú debes de ser David Davis Sinclair.
– ¿Cómo es que me conoces?
– Sé muchas cosas acerca de ti, David. Quizás demasiadas…
Le revolvió el pelo encrespadamente castaño.
– David Davis. ¿Qué te parecería si te invitase a dar una vuelta en mi nave patrulla?
David exhaló un grito de felicidad.
– ¡Guaaa…! ¿Quieres decir que volaremos a mil pies de altura, observando la ciudad por el visor telemétrico de rayos infrarrojos?
– Exactamente correcto, David Davis. Ejercerás de copiloto de la nave. Y podrás pulsar los botones de ignición.
David no podía caber en sí de gozo. Circular por los aires contaminados en el interior de un “Glider Invisible Eagle” era el anhelo máximo de toda la chiquillería. De repente se sintió algo avergonzado por su egoísmo. Miró al hombre uniformado, con el desconsuelo de sus amiguitos por no sentirse mencionados en la gran aventura reflejado en sus rostros.
– ¿Y qué hay de Pat y Fence? También podrán venir con nosotros, ¿verdad?
El brigada meneó la cabeza.
– Sabes tan bien como yo que el vehículo es un dos plazas – Y para hacer concebir unas falsas esperanzas a los dos críos, añadió: – Si nos damos la suficiente prisa, puede que a tus dos compinches me los lleve de garbeo cuando regresemos.
La promesa contentó a David.
– Nos veremos luego, chicos… – se volvió para despedirse de Pat y Fence.
El “Cumplidor” de las normas de conducta de nivel Primario – animales de compañía y menores de edad – lo asió de la mano derecha, encaminándolo hacia el callejón de las últimas esperanzas.
– ¿Lo tienes ahí aparcado?
– Sí. Lo bueno de los “Gliders” es que los puedes estacionar en cualquier parte, por muy estrecho y angosto que sea para la circulación terrestre.
– ¡Caray!
Entraron por debajo del umbral de la callejuela, con la mano izquierda del brigada apoyada sobre la cabezuela de David y su torso inclinado mientras su mano derecha palpaba la empuñadura del cuchillo de supervivencia.
A la vez que lo acariciaba, la negrura del callejón los fue envolviendo, mitigando en parte lo inconcebible del Sistema Único. Por segunda vez en lo que llevaba de turno de noche, los goznes de su miembro superior derecho chirriaron con displicencia, tardando demasiado en la eliminación de la unidad “Dañada”, cuyos gritos agónicos de dolor se encargaron de quebrantar la imparcial quietud de la noche, saturada con una tonelada de densa tensión y que recubría a ese oscuro rincón del callejón con sus alas membranosas de murciélago.
Mientras depositaba el armazón sin vida del niño sobre un manto de fango mullido, pudo reparar en una disfunción cerebral.
Su mente armónica ya no era perfecta.
Ecuánime.
Subordinada a los intereses de la gran maquinaria norteamericana del Primer Hombre.
Entonces le llegó la voz de un niño gimoteando a sus espaldas.
– ¡Hala! Ha matado a David.
“Lo ha matado.
Por vez primera en su ordenada vida marcial, una lágrima ácida osciló desde la comisura de su cuenca derecha, marcando una línea húmeda sobre la mejilla como si fuera la veta de una losa de mármol.
– ¡Dios!
“¡DAVID!
“¡DAVIDDD…! – surgió una figura femenina en su área de acción. La figura se inclinó sobre el niño tendido boca arriba en un charco de sangre y fango hediondo.
La visión del brigada se tornaba cada vez más deficiente por la proliferación de las lágrimas.
– Lo siento, señora.
“Cumplía con mi deber.
“Su hijo era “imperfecto”. Cada vez cometería más infracciones al código de las Normas de Conducta Única.
– ¡Era tan sólo un niño, miserable hijo de puta!
“¡UN NIÑOOOO…! – chilló la madre entregada a los sollozos.
La escena era tan devastadora.
Tétrica.
Cada vez sentía la cabeza más pesada. Desconectada del mundo real. Ajeno a las leyes del espacio y del tiempo. La carga del blindaje del uniforme se le hacía cada vez más pesada. Al poco un nuevo curioso iba a añadirse al velatorio del niño “Dañado”.
Era Braxtor.
Su rostro reflejaba un rotundo desacuerdo sobre aquel desenlace, pero por temor a infringir una de las reglas de subsistencia de su “One Mind” se conformaría con tratar de hacer reaccionar al brigada, que parecía sumido en la indecisión:
– ¿Acaso piensa dejarlo allí? ¿Tendido entre la inmundicia? Al menos llame al camión de recogida de las mentes contradictorias.
La madre llorando.
– Uhhuu… Un niñooo… Era tan sólo un niñoo…
Sus amiguitos entristecidos por la pérdida.
– David. NO puedes ESTAR MUERTO.
“Nooo.
Braxtor asediándole a preguntas.
– ¿En qué piensa? Llame al cuerpo de recogida. Esto… Contemplar esta escena tan patética produce un malestar general. Nos puede afectar a todos. Nos puede confundir la mente, ponernos en peligro de pensar… en otras cosas.
El brigada extrajo de la funda de su cinto la pistola reglamentaria antidisturbios que detonaba bengalas explosivas.
– ¿No oye lo que le estoy diciendo?
SAQUE A ESE PUTO CRÍO DE AQUÍ. ¡Sáquelo!
Abrió sus labios humedecidos por la saliva, haciendo encajar la punta del ancho cañón entre los dientes perfectos. Lo lamió con la punta de la lengua.
Una lágrima más recorrió el lado derecho de su rostro hasta desembocar en el promontorio de su mentón bien afeitado.
Cerró los ojos con fuerza.
– Un niñooo…
– ¿Qué va a hacer? ¿Se ha vuelto loco…?
Y antes de que Braxtor pudiera pronunciar otra palabra más, apretó el gatillo, transformando su Pensamiento Único en una tea ardiente, dejando para la posteridad los rescoldos perdurables de su divergencia reprimida en una parte no muy alejada de donde estaba implantado su “One Mind”.

1.- “Sluggish”. Traducido literalmente al español sería. “Estado inactivo”. Píldora inactiva, que como su propio nombre indica, induce a ese estado de aletargamiento. (N. del A.)
2.- “Bleed to death”. Morir desangrado. (N. del A.)
3.- “Push´em Out”. “Echadles a empujones”. Un juego salvaje propio de la época en que discurre el relato. (N. del A.)

8 comentarios en “Mentes homogéneas de Norteamérica

  1. Impagable relato, Robert. Veía el ambiente opresivo y contaminado de “Blade Runner” como si estuviera sumergido en él.Eres un fenómeno. Besos. Te ha dejado en 5links tus 10 puntos de hoy.

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  2. También mil gracias por el comentario, Fernando. Lo más terrible de la ciencia ficción, es el hecho que muchos autores perfilan un futuro deshumanizado, donde sólo seremos números, designados a acatar los ideales de una unidad. Tuvimos la ocasión de verlo en Blade Runner, en mayor medida en la obra de Orwell… En fin, esperemos que eso no llegue. Un fuerte saludo, compi.:)

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