No más sangre derramada

¡Ay, Dominique, mi aberrante mayordomo!
– ¿Qué le sucede al señor?
Estoy con la depre. No se si llegaré a mañana.
– Quiera la suerte que así sea.
Pasaré por alto tu comentario. Me recostaré sobre el sofá de piel de mamut a ver si se me pasa esta época de pensamientos negativos.
– Si no escribe tanto últimamente, será por algo.
Más o menos.
– Le aseguro que así se lo agradecerán los lectores. Porque ya casi no nos quedaban aspirinas.
Dominique, haz el favor de cerrar la puerta bajo llave cuando salgas. No respondo de mi segunda personalidad.
– Como usted mande…
Paz, necesito paz. Y cierto optimismo. Este mundo no me agrada nada…

(microrrelato)

– Dicen que dentro de esta cueva ha habido más de un suicidio – advirtió Greta.
Él lo tenía decidido.
– ¡No se te ocurra! – imploró Greta desesperada.
Se adentró en solitario hasta dar con una gruta sombría y estrecha. Había cierta humedad y la temperatura gélida se le calaba hasta los huesos.
Greta gritaba desde lejos.
Ella no se atrevía a entrar.
Se sentó sobre una piedra.
Pensó en cómo había sido toda su vida. Una infancia que no fue tal. Una juventud llevada por el irracional odio que anidaba en su interior.
Los ojos.
Dos cuencas sangrantes vacías de emociones.
No deseaba hacerlo de nuevo.
No con Greta.
Su pasado dedicado a cercenar vidas.
Al tormento de sus víctimas.
El sótano de su casa…
El HORROR.

Aquella cueva sería su panteón particular.
Acercó el filo de la navaja hacia su muñeca izquierda.
Correspondía derramar más sangre.
Pero esta vez no era sangre inocente.
Ni la sangre de Greta.
Sino la suya propia.