No hay solución en el horizonte.

Hola estimados lectores y seguidores de Escritos de Pesadilla. Los más antiguos habréis observado que llevo casi año y medio sin publicar un relato nuevo. Digamos que estoy bajísimo y no tengo ganas ni ilusión de nada. Mientras, estoy subiendo los relatos publicados revisados de nuevo porque todos son imperfectos y se pueden mejorar, eso sin duda. Eso en espera de  la vuelta de la inspiración más malsana…
Este relato que vuelvo a situar en el blog lo publiqué justo hace tres años. Cuando España ya estaba dando tumbos con la crisis. No es de miedo. Discurrido ese tiempo, seguimos igual o peor. Da igual la ideología y sus siglas, todos los políticos apestan a corrupción. Permitidme este grito: ¡DAIS ASCAZO, CABRONES Y CABRONAS!. Y los directivos de los bancos, los sindicalistas vendidos, la patronal de las empresas. Sin olvidarnos de ciertos componentes de la familia real, escrito esto con minúsculas, que no se merecen las mayúsculas. También a nivel mundial. Todo lo que suene a política es una mierda. Así de claro. Algo creado para dominar a las masas que a pies juntillas creen cualquier bobada de un tío que desprende algo de ¿carisma? Bof. Lo peor es que siempre ha sido así a lo largo de la historia, da igual la época romana, de los egipcios, etc… Una minoria arriba corrupta, una parte acomodada enmedio y debajo los millones de personas indefensas. Como en la Edad Media europea, un señor feudal apretándole las clavijas a sus vasallos. En fin, si se han saltado esta introducción mejor. La he escrito para desahogo personal.

Relato: No hay solución en el horizonte.

La situación es difícil. Nos afecta a muchos. Se puede decir que a millones de personas. Y por fin implica a los habitantes pertenecientes del Primer Mundo, ya que por desgracia, la necesidad jamás desaparece ni hay visos de que tal hecho acontezca en el Tercer Mundo.
Los economistas, los políticos, los periodistas, los sindicalistas, los trabajadores y un largo etcétera lo han bautizado como crisis mundial. Yo lo catalogo como un cuento, el de la hormiga y la cigarra. Hemos sido la cigarra. Se ha vivido en época de vacas opulentas, y ahora nos toca apechugar con las esqueléticas. Encima pagando las consecuencias de un orondísimo grupito selecto de personalidades corruptas que han robado a manos llenas, tanto en el sector de la política, como de la banca y las empresas.
Soy supuestamente Eduardo R. Tengo 45 años. Aparentemente llevo diez años trabajando como portero de una fábrica. 700 euros de salario mensual. 14 pagas. No estoy casado, por tanto sin cargas familiares, pero ocupo una habitación en un piso de alquiler, donde vivimos tres personas y pagamos cada uno 300 euros. No puedo permitirme ningún plan de pensiones. Los gastos se me van en el pago de las letras del coche de tercera mano que tengo, en la alimentación y pequeños imprevistos que siempre suceden.

Eso hasta hace poco. La fábrica ha decidido prescindir del servicio de portería, por tanto me voy a la calle, con un paro de poco más de 400 euros, una edad inadecuada para encontrar trabajo en un país de casi seis millones de desempleados, donde en su momento un sobrevalorado presidente de gobierno nos tiene a los ciudadanos con la soga al cuello, mientras él y su círculo cerrado se lo montan bien entre sonrisas y carcajadas. Y con la oposición ofreciendo una alternativa igual de demoledora en el horizonte del negro futuro que se nos avecina.
Yo no lo tengo. No tengo perspectiva.
Me miro en un espejo y veo un reflejo devastador.
Lo que hay en su superficie me escudriña sin reparos.
Aquella cosa soy yo.
– No te queda nada – me dice.
– Es cierto.
– La única alternativa que te queda es alcanzar el final del túnel, amigo – continúa.
No puedo ni mirarle a los ojos.
¿Qué he conseguido en toda esta vida? ¿Qué pretendo conquistar ahora?
La respuesta a la primera pregunta es nada.
Poca cosa surge como contestación a la segunda.
Abandono el piso compartido sin despedirme de los compañeros. Recorro los escalones de la escalera en sentido descendente sintiendo un ardor interno que me induce a salir a la calle.
En la misma respiro profundamente y exhalo.
Entonces miro al cielo…
… y me desvanezco.

Nada más volver con los míos, me preguntaron infinidad de cuestiones acerca de los años transcurridos entre los mortales.
Yo me sentía carente de emociones.
Simplemente les hice saber cosas acerca de la desazón de un ser ínfimo, pisoteado contundentemente por las penurias ocasionadas por la misma sociedad a la que él pertenecía.
– Entonces todo sigue igual. Pasan los siglos, y nunca aprenden.
Es la voz de uno de mis hermanos.
– Así es. Prefiero no volver a pasar por esa experiencia.
Nos miramos sin apartarnos la vista el uno del otro.
Ya no nos dijimos nada más.
Previsiblemente, aquella sería una de las últimas investigaciones a pie de campo ocupando la personalidad de uno de aquellos seres tan imperfectos…

No se admite la sonrisa de ningún político en Escritos de Pesadilla. ¡A tomar el pelo a otro lado!

Nada, hoy me he levantado con dolor de tripas y con mal talante por ver repetidamente las estultas sonrisas de esta gente que vive del cuento dejando un país entero con más agujeros que un colador. Encima, uno ha querido infiltrarse a hurtadillas camuflado con el tocho de la Reforma Laboral, y he tenido que recurrir a uno de mis zombies para echarlo. Eso si, la sonrisa del político es siempre eterna.


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