La terrible y verídica muerte de Alain de Monéys. (Con ilustraciones originales de Escritos de Pesadilla).

En esta ocasión, en Escritos vamos a abordar un suceso terrible que ocurrió de verdad en la pequeña población francesa de Hautefaye. Se trata de la muerte sin sentido de Alain de Monéys.
Primero situemos el momento histórico en que sucedió tal hecho demencial.
Es el 16 de Agosto de 1870. En Francia reinaba Carlos Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón III, el segundo Emperador del país vecino. Era sobrino de Napoleón I.
En dicho período del siglo XIX, Francia estaba en plena guerra con Prusia, y la derrota era ya inminente. A las pocas semanas, el Emperador sería capturado por el enemigo en la Batalla de Sedan (2 de septiembre) y depuesto por las fuerzas de la Tercera República en París dos días más tarde de la capitulación.
Poco antes de la derrota del ejército francés contra el prusiano, en la localidad rural de Hautefaye, ubicado en el departamento de la Dordoña de la región de la Aquitania, tenía lugar una feria de ganado. Normalmente, el pueblo en si era muy pequeño, de menos de 75 habitantes, pero con la celebración de la feria, con gente llegada de los sitios cercanos, llegaba a ascender hasta las setecientas personas.
Alain de Monéys era un gentil hombre de buena posición social en la comarca. Vivía en una localidad distante tres kilómetros de Hautefeye. A pesar de su status, trataba afablemente a todo el mundo, y dentro de lo que podía, no dudaba en ayudar a sus convecinos.
Atraído por la feria de ganado, decidió pasar el día en tan infausto lugar.

La Francia Rural fue muy leal con Napoleón Primero, por tanto, la llegada al poder de su sobrino fue asumida con ciertas expectativas. La mayoría de los residentes de las zonas rurales eran de condición evidentemente humilde y analfabeta. Por ello para ponerse al día con la evolución de la guerra tenían que recurrir a la gente con cierta educación, la mayoría noble, lo que condicionaba cierto resentimiento por su parte.
Alain de Monéys estaba presente en la taberna, acompañado de un joven aristócrata, el vizconde Camille Maillard Lafaye, hijo del alcalde de la ciudad de Beaussac, y parte de su círculo de amigos. En un momento determinado, se hizo el comentario público de que las cosas no iban tan bien como se proclamaba en la prensa oficial en la guerra contra Prusia, afirmando que las bajas en el ejército eran muy numerosas. Esta noticia enardeció a los presentes en contra del vizconde, quien optó por abandonar el recinto, acompañado de su comitiva. El desmedido fervor patriótico de todos los presentes, encendido por el excesivo alcohol consumido, les llevó a trasladar su enojo en contra de Alain de Monéys, enarbolando horcas, garrotes y hoces. Alain fue acusado de ser un traidor a la patria, un espía de Prusia y de ayudar en la financiación prusa contra Francia en la contienda bélica. Algo absurdo, cuando Alain era un hombre sumamente conocido en la región por su patriotismo hacia Napoleón III. En medio de esta discusión, fue rodeado por una multitud enloquecida.

En ese instante se desató el infierno para Alain de Monéys. Encima el alcalde de la localidad, en vez de imponer orden, llevado por la sinrazón de los efectos de la bebida, conminó a los ciudadanos a “comérselo si les apetecía hacerlo”.
Apalizaron a Alain sin pausa, llevándolo de un lado a otro a empujones, sin tener en cuenta sus ruegos.
El párroco de Hautefaye quiso interceder, y ofreció vino gratis a todos, esperando de esta forma frenar el maltrato al que era sometido aquel hombre. Pero más alcohol ingerido consiguió el efecto contrario. El odio hacia Alain de Monéys ya era generalizado más allá de los hombres, pasando por las mujeres, los ancianos y los niños.
Quisieron ahorcarle desde la rama de un cerezo, pero esta no pudo soportar su peso, quebrándose. Este fracaso en el ajusticiamiento impulsó a los más vehementes a someterle un castigo en forma de diversas horrendas torturas. Le fue sacado un ojo, le amputaron diversos dedos de la mano derecha, le descalzaron y le clavaron herraduras en los pies y casi le arrancaron todos los dientes.
Tras dos horas de infinito maltrato, Alain fue condenado a morir quemado en la hoguera. Su cuerpo fue atado a un madero hincado en el suelo de la plaza del pueblo. A los niños se les ordenó traer la leña con la cual fue calcinado. Conforme su piel bullía por el calor de las llamas en forma de ampollas, y su grasa resbalaba cual sudor mantecoso, algunas de las mujeres que presenciaban la escena se acercaron con útiles con que recoger la manteca de Alain. Luego fueron untando panecillos que fueron devorados por parte del público asistente al trágico final de aquel pobre hombre.
Cuando fue de conocimiento general el infame asesinato de Alain de Monéys, el 19 de agosto de 1870 en Hautefaye se personó la gendarmería, arrestando a cincuenta personas con edades comprendidas entre los 14 y los 60 años. El 18 de septiembre, veintiún acusados fueron informados de los cargos que había en su contra. Finalmente, en el juicio celebrado en la ciudad de Périgueux, diecinueve de ellos fueron declarados culpables, y cuatro de ellos condenados a muerte como instigadores principales de la tragedia que conllevó la muerte de Alain de Monéys.
El 6 de febrero de 1871 fue trasladada una guillotina a la plaza del pueblo de Hautefaye. En el mismo lugar donde fue dado muerto Alain de Monéys, rodaron las cabezas de los cuatro cómplices del asesinato.
Actualmente, nadie del citado pueblo desea rememorar el trágico suceso.
Sobre este incidente, hay un libro escrito por Jean Teulé titulado “Mangez-le si vous voulez” (“Cómalo si lo quiere”). 


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10 comentarios en “La terrible y verídica muerte de Alain de Monéys. (Con ilustraciones originales de Escritos de Pesadilla).

  1. Hola, Nela. Realmente fue un caso espeluznante. Por desgracia, a lo largo de miles de años, la humanidad comete tropelías por doquier. Sin reparar, que tan pronto como surgimos en el planeta, igualmente retornaremos un día a la nada.Un besote.

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  2. ¡Hola, Millz! Si afrontas el pasado de los pecados del hombre, acompañado de música melancólica, lloras como una magdalena del enorme mal que se hace sin pausa. Un besazo. Y perdona por contestarte tan tarde.

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