Obediencia mortal

¡Vaya, vaya¡ A quién tenemos hoy de visita sorpresa.
– Te odio. Eres de lo peor jamás nacido en vientre materno. Ni siquiera en las profundidades más ardientes tienes cabida.
Me halagas. Por cierto, tus cuernos lucen que dan gusto. Se ve que los acabas de afilar en un sacapuntas gigante.
– Lo dicho. Siempre tienes que salir con alguna gracieta de las tuyas.
Pero díme a qué se debe el honor de tu visita, Lucifer, amigo mío de la infancia.
– No me lo recuerdes. Cuando jugábamos en el colegio a policías y ladrones, te tendría que haber volado los sesos con un bazooka. Vengo porque según me ha informado uno de mis demonios menores, a un huésped tuyo le ha llegado la hora de freírse en el fuego eterno del infierno.
Hum… Mala nueva me das. Al menos tendrás el detalle de dejarle que pague la cuenta por el período de estancia en mi castillo.
– Siempre y cuando prometas dejar de darme el coñazo en el próximo milenio…

Mortimer estaba exultante por el excesivo consumo de bebida. Llevaba ventiladas unas diez jarras de media pinta. Su panza estaba repleta y a la vez su vejiga. Precisaba ir a los servicios de caballeros del Pub.
– Ahora vuelvo, chaval – le dijo al barman, bajándose con dificultad del taburete situado frente a la barra.
– Yo creo que ya ha bebido usted demasiado. Además, es hora de cerrar – se quejó el chico con cara de sueño.
– Nada, nada. Que para algo soy el hermano del dueño, o sea de tu jefe. Si quieres seguir trabajando aquí, ni se te ocurra disgustarme – soltó Mortimer con un eructo.
No le estaba amenazando. Era una broma. Aunque qué narices, si quisiera, podría conseguir que lo despidieran. Se estaba en plena crisis mundial, con mucha gente desempleada. Cada vacante de empleo se cotizaba a precio de oro.
Encaminó sus torpes pasos de beodo hacia los baños. El Pub estaba vacío desde hacía media hora. Ya era bastante tarde y él era el único cliente disponible antes del cierre. Tenía pensado aliviarse un poco, trasegar un par de jarras más e irse a dormir la mona a su casa.
Abrió la puerta del lavabo con ambas manos estando cerca de perder el equilibrio en pleno movimiento de sus brazos.
– Jolines. Cómo estoy…
Fue entonces cuando vio a un tío vestido impecablemente de negro. Chaleco de poliéster brillante sobre una camisa de seda, pantalones lisos de tela italiana y zapatos de tacón plano. Estaba de elegante como si fuera un mago archifamoso que saliera en horario de máxima audiencia de un programa de televisión. Encima no era nada feo. Tenía una buena percha y un rostro agradable.
– Oye, no te había visto antes. Debes de llevar horas metido aquí dentro haciendo cochinadas – le dijo, sonriente.
El hombre le observó sin inmutarse. Separó ligeramente los labios y le habló en un susurro:
Eres lo que ando buscando.
Mortimer se acercó a uno de los urinarios de pared.
– Muchacho, andas eligiendo al novio equivocado. Yo soy completamente heterosexual. Me pirran las chicas bonitas.
El sonido del chorro de su orina cervecera se desparramó contra la loza.
Aquel extraño esperó a que acabara con sus funciones fisiológicas. Mortimer se arrimó al lavabo para enjuagarse las manos bajo el agua del grifo.
Torció su cuello hacia el desconocido.
– ¿Aún sigues aquí? Mira, como no te largues en cinco minutos, creo que uno de tus ojos se va a diferenciar del otro en que estará más negro que el carbón.
El hombre siseó de nuevo:
– Es una completa incoherencia que seas tú quien esté arrojando amenazas.
– ¿Sabes que ya te estás pasando de la raya?
Mortimer se volvió dispuesto a darle un buen empujón contra la pared…
El hombre de negro extendió su brazo derecho sobre la puerta de uno de los compartimentos individuales. Al abrirla en vez del inodoro surgieron llamaradas infernales, acompañadas de un coro de voces suplicándole piedad a él, a Satanás en persona.
– Llegó tu hora. En vez de salir por esa otra puerta, has de hacerlo por esta.
“Si no obedeces a tu amo, te juro que tus sufrimientos serán insoportables hasta para el peor de los villanos condenados a vagar por los siglos de los siglos en mi reino – le advirtió en voz baja el diablo.
A pesar de estar ebrio, Mortimer supo que aquello iba en serio, y con un caminar temblequeante se dejó engullir por las llamas.
Sus gritos alertaron al barman, pero cuando este acudió a los servicios, no quedaba el menor rastro de su cliente.