Así se encontraba Matías Ayúcar. Era un reportero de calle de un periódico al punto del cierre por descenso de ventas en los últimos meses. El redactor jefe le fue sincero.
– Matías. Primero van a empezar por reducir plantilla. Tú tienes cincuenta años y tienes todas las papeletas para irte a la calle. Además llevas una temporada sin producir noticias relevantes. Y el último artículo tuyo que fue primera portada data de hace más de una década.
– Ya, bueno. La sección en que estoy no es que de para paralizar al lector y dejarle sin habla durante cinco minutos seguidos – se defendió Matías.
– Chico, sabemos que esta ciudad no es Nueva York, ni Madrid o Barcelona. Pero no hay forma de que consigas una exclusiva. Y que conste que la inseguridad ciudadana ha aumentado con el paro y la presencia excesiva de inmigrantes sin papeles.
– Estamos hablando de una localidad de treinta mil habitantes.
– Más o menos.
– No esperarás que una banda de mafiosos se fije en una de las sucursales bancarias, se haga con rehenes y dispare una ensalada de tiros en la huída estilo sur de Los Ángeles.
– ¡Cielo Santo! Ni lo deseo. Pero está claro que los pocos sucesos reseñables se los lleva nuestra competencia. Siempre se te anticipan. Estás lento de reflejos.
– Bueno, no creo que esté tan lento.
“Por cierto, el café que te he traído está envenenado. Tardarás en pasar al otro barrio en menos de cinco minutos y con ello, volveré a ser noticia dentro de las páginas de nuestro diario de villa estrecha…