Hay que ver. Qué monada de sobrinito. Gurmesindo Vientre Podrido. A sus nueve años, es un niño superdotado. ¿A que sí, majete?
– Que te den.
Eso me encanta de ti, Gurmesindo. Tu lenguaje diáfano y sincero. Eres digno hijo de tu madre. Ven aquí, que te haga cosquillas en el sobaco. Verás cómo te ríes de una puñetera vez en tu aún corta vida.
– Déjame en paz, viejo.
Sólo tengo cuarenta años, Gurme.
– Y eres más feo que un mapache fugado del laboratorio de un científico loco.
Dejemos las sutilezas, niño. Toma este folio y este bolígrafo. Estoy expectante por comprobar si tu mente calenturienta nos obsequia con un relato de los tuyos. Que Eleonora, tu mamá, me dice que eres un escritor en ciernes.
– Te escribo cuatro chorradas, y a ver si así me dejas en paz de un vez. Que tengo ganas de mear.
Ay. La infancia. Quién pudiera recuperarla.
Vaya. Sí que lo has escrito en un santiamén. Mientras Gurmesindo riega los cactus del vestíbulo, procedo a leerles su ocurrencia literaria…
Tuvo suerte. Tan solo sufrió una cantidad considerable de politraumatismos, además de una pierna fracturada, más cuarenta puntos de sutura en la nalga derecha, pues fruto de la impresión, al domador de los cocodrilos se le soltó una de las correas y el ávido reptil cerró con firmeza sus mandíbulas en la zona más blanda y jugosa de Diego.
Se puede decir que desde esa fecha infausta, Diego López aceptaba la existencia del infortunio con la misma facilidad que uno se declaraba hincha acérrimo del Madrid o del Barcelona.