Escritos de Pesadilla

Saltando a la comba

Hola. Hoy dedico este corto relato perturbador a mis queridos lectores, seguidores de Escritos de pesadilla y a mis amigos de la comunidad bloguera de Cincolinks. Al igual que un brindis torero, “va por ustedes”. Un saludo escalofriante, y mañana nos vemos con el siguiente capítulo de Asesinos Ficticios…

Rodolfo Contreras era conocido por gastar bromas pesadas y realizar ciertas gamberradas cuando le daba finamente al morapio en la tasca del pueblo de Grandeza la Mayor. Sobre todo le encantaba fastidiar a los críos del pueblo. Si los veía jugando al fútbol, se metía en medio y apartaba el balón de una brutal patada, enviándolo al quinto pino. Así era de simpático el hombre. A sus cuarenta y nueve años, ya era difícil que cambiara su actitud y menos su carácter.
Una tarde, ya a punto de anochecer, Rodolfo salió de la tasca a trancas y barrancas, enardecido por haber ingerido unas cuantas copas de vino tinto. La iluminación en el poblado era muy limitada, y las sombras solían adueñarse con prontitud de las callejuelas y los alrededores de Grandeza la Mayor en cuanto el sol terminaba de ponerse.
Este era el caso cuando Rodolfo decidió dar una vuelta en dirección a las afueras del pueblo. Le encantaba sentarse entre pinos, y si no hacía excesivo frío, dormir la mona tumbado sobre la hierba y las agujas desprendidas de los pinares. Conforme iba avanzando por un estrecho sendero de tierra, pudo entrever con los ojos medio cerrados a tres niñas jugando. Estaban saltando a la comba con una cuerda muy larga. Le llamó la atención que las mocosillas estuvieran fuera de casa a esas horas otoñales del día, y tan alejadas de la plaza del pueblo, que era el lugar de esparcimiento de los más pequeños cuando terminaban las clases del día.
Rodolfo sonrió con malicia. Bueno, pronto iban a tener que regresar con sus padres, porque les iba a estropear la diversión, pensó para si mismo.
Andando ligeramente en zig zag, se acercó a las chiquillas y se puso a saltar a lo tonto sobre la cuerda, hasta que quedó finalmente enganchado.
– Jo, jo. Se os ha acabado el juego, mocosas. Hale, arreando a casa, que ya es hora – les dijo entre carcajadas.
La cuerda fue enredándose alrededor de su talle, incidiendo en juntar sus brazos contra sus costados.
– ¿Qué hacéis? Basta de tonterías. Que no estamos jugando a indios y vaqueros – rezongó con voz tomada por los efectos del alcohol.
Las tres pequeñas continuaron enredándole con la cuerda, apretando las ataduras alrededor de sus piernas, hasta hacerle perder el equilibrio y caer de espaldas sobre el duro suelo del sendero.
– ¡Diantres, chiquillas! ¡Ya basta! – dijo, juntando los párpados para enfocar su visión sobre las niñas traviesas.
Su mandíbula se desencajó de horror.
Aquellas tres pequeñas no eran tales niñas como había creído en un principio.
Eran tres criaturas de menos de un metro de alto, negras como el alquitrán, sin ojos ni orejas, y con unos cabellos largos que les llegaban hasta tocar el suelo. Las tres deformidades antinaturales abrieron sus bocas con satisfacción. Acababan de cazar su presa del día. Empezaron a tirar del cuerpo de Rodolfo Contreras, conduciéndole por el bosque cercano, hasta dar con la entrada a una especie de madriguera formada bajo la superficie del suelo. Primero entraron las tres aterradoras criaturas, para seguidamente hacerlo el cuerpo inmovilizado de Rodolfo, tironeado por un extremo libre de la cuerda. Su cabeza alcanzó la oscuridad total de un estrecho túnel húmedo horadado por aquellas bestias horripilantes. Luego su torso y por último las piernas.
Trató de gritar como un loco, pero nadie pudo escuchar sus lastimeros ruegos de auxilio conforme las criaturas se pusieron a devorarle la carne del rostro, ansiosas de alimentarse hasta que sus estómagos estuvieran del todo repletos.