Escritos de Pesadilla

La niña perdida del bosque

Fin de semana. Mucho ajetreo en las dos últimas semanas debido a factores externos a mi querido castillo del horror. Hasta he desatendido el pago correspondiente de los emolumentos de mis queridos siervos. Esto no puede ser. Las musas siguen algo huidizas últimamente. En fin, de momento reparo mis errores con un breve relato. Espero que al menos provoque alguna mínima turbación… Queridos lectores, os deseo la mayor de las diversiones de cara al domingo. Un fuerte saludo, acompañado de risas agudas de lunático evadido del penal de Sing Sing.

Encontré a la niña andando sola por el bosque.
Deambulaba descalza y ataviada simplemente con un camisón deshilachado color crema, sin vida y gracia. Llovía con cierta intensidad, con rachas de viento fuerte. Las hojas otoñales zigzagueaban ingrávidas de aquí para allí, sin orden ni concierto.
La pequeña andaba errática, aterida de frío, empapada por el pertinaz aguacero. La contemplaba de espaldas, alejándose lentamente de mi refugio, una simple caseta prefabricada de obra destinada para vigilar el acceso a un camino que derivaba hacia las propiedades acotadas de una parcela embargada a su propietario por fraude fiscal. Como pude, me protegí de la lluvia con un chubasquero y salí tras ella, a su encuentro.
– ¡Niña! ¿Estás perdida? – le pregunté en voz alta conforme me aproximaba.
La niña continuaba ofreciéndome la espalda. Cada vez arreciaban gotas lluviosas con mayor fuerza. El viento ululaba al enredarse a su paso por las ramas desnudas de los árboles más cercanos.
Entonces me habló en un hilo de voz suave y casi inexistente:
– No estoy perdida. Ni estoy sola. Tengo a mis amigos. Me acompañan a todas partes. Y me protegen de los extraños.
La muchachita se volvió. Pude ver su rostro infantil, todo pétreo y carente de emociones. Y flanqueándola, ¡Dios, cómo no me di cuenta hasta entonces!, dos siluetas profundas en negritud como la misma noche, con leves retazos similares a facciones fantasmales en lo que parecían corresponder con sus rostros enjutos y malditos.
Por un breve momento dejaron de ofrecer protección a la niña, su compañera de juegos, rodeándome hasta sumirme en el olvido de su propia oscuridad infinita.