Escritos de Pesadilla

El conjuro

Esta madrugada se me ha ocurrido dar un breve garbeo por el ático. Simplemente acompañado de la lumbre tenue y mortecina de mi candil de mano, fui recorriendo la angosta estancia, apartando infinidad de cortinas de telarañas, y resguardando mis fosas nasales y la propia boca con un pañuelo de fino encaje para evitar estornudar y toser por el polvillo levantado. En un momento dado, di con una carpeta de tapas viejas y acartonadas. Por los bordes asomaban unos cuantos folios, y en uno de ellos, el que más me llamó la atención por el pentáculo dibujado en la parte superior derecha, un conjuro de lo más tenebroso. No es necesario decir que desde su descubrimiento, mi primer deseo era compartir su contenido con ustedes, mis fieles lectores. Y aquí se lo tiendo, para que lo lean entre susurros…

Oh, cuánta maldad aún emana de Tadeus Dorph.
Su sibilina presencia queda manifestada en el entorno de su territorio marcado por la locura implantada en su diabólica mente. Impregnando cada rincón. Cada ángulo.
“Yo no soy realmente malo” – osas murmurar con voz deteriorada y mecanizada en la cinta recogida de tu psicofonía.
¡Malvado, hijo de Satanás! Reconoce tu sino y haz que tu esencia repose definitivamente en la penitencia del averno. No comentes tu estado en presente. Fuiste una úlcera sangrante. Una enfermedad devastadora para tus semejantes. Tus allegados más directos sufrieron las consecuencias de tu iniquidad. Afortunadamente tu reinado de dolor y muerte llegó a su fin con la intervención de nuestros antepasados. La del pueblo liso y llano. La justicia fue tomada por sus manos, cierto. Pero es que tú, Tadeus Dorph, no merecías mejor final que el arrebato de la multitud al lapidar tu cuerpo con una lluvia de piedras y la contundencia de las estacas. De esto ya hace más de dos siglos, Tadeus. Tu espíritu errante está fuera de lugar en el momento presente. Has de aceptar la sepultura eterna. Y afrontar el castigo impuesto a tus crímenes.
Tus padres.
Una hermana.
Dos primas de corta edad.
Todos erradicados por la malevolencia de tus instintos animales.
Te encantaba el sabor de todos ellos.
El olor que desprendían al amparo de las llamas de la hoguera.
Tu apetito trascendía toda tolerancia cristiana.
La carne humana era tu deleite.
Aún así, te repito, Tadeus, que todo forma parte ya de tu pasado.
Te conjuro a que abandones este lugar para siempre.
Que dejes de atormentar con tu presencia a los inquilinos de esta casa.
Abandona este plano secuencial de la vida.
Es hora de reunirte con seres semejantes a tu condición.
Vete.
Ahora.
Tadeus.
Y descansa, si puedes, en el sitio que te corresponde.
Para siempre jamás.
Toda la eternidad.
Amén.