Escritos de Pesadilla

Mi merecido

Es suficiente. Se acabó el breve instante de amor amilbarado instalado durante este fin de semana en Escritos de Pesadilla. Lo que ahora viene es la semana del terror puro y duro. Sin remilgos. Un espanto que llega directo al sistema nervioso, consiguiendo que las visitas al cuarto de baño se intensifiquen, y con ello que la venta de papel higiénico se incremente de manera notable.
Empezaremos por el preámbulo del terrible relato que llegará mañana.
Uno cortito, pero intenso e infernal.
Lectores sensibleros y ñoños, absténganse de siquiera intentar leerlo.
Esto que les digo es una advertencia como una catedral. Así que luego no se me quejen.

No existo.
Resido en la OSCURIDAD.

Oigo las cadenas al tensarse y el chasquear de los látigos al inflingir su retorcido castigo de pesadilla.

Veo cuerpos descarnados, unidos unos a otros.
Lenguas enrevesadas.
Miembros descoyuntados.
Y oigo sus lamentos…
Los lamentos de sus almas sucias, míseras y pútridas.
Y huelo con nitidez su podredumbre, sus heces y sus sudores de azufre.
Sus ojos se agitan en las cuencas como albóndigas asándose en una freidora de la cocina de un bar de carretera, cuyo aceite no es cambiado en semanas.

– Oled esto… OLEDLO – dice un ALMA, acompañado de BLASFEMIAS ignominiosas. Alza su hocico y olisquea el azufre, las miasmas y la fetidez que emana de su propio cuerpo despellejado.

Una entidad calcinada desfila por el lugar, y todos se echan a reír.
Ja, ja, ja
Entonces me dirijo hacia un ALMA
(¿puede ser el de una chica?)
Le faltan los cabellos. Sus uñas fueron arrancadas por unas tenazas y le metieron una estaca por la boca, que le sale por la rabadilla.
La saludo.
Y me río.



Mi mano enfundada en un guante de púas busca una de sus orejas. Y se la arranco de un tirón brusco.
Y me río.
Y la chica LLORA.
Y yo me RÍO.
Más y más.

Entrego la oreja a una cosa peluda del tamaño de un perro fox-terrier, y se la ofrezco.
El bicho se lo devora.
Y me río de ello.

Y mientras todo esto sucede, alguien me coge la cabeza entre sus manos por detrás de mi, y me la ARRANCA de cuajo.
La deposita en el suelo, y abriéndose de piernas, realiza sus necesidades encima de ella.
Y se parte de risa.
Yo doy manotazos de ciego en busca de la cabeza, pero voy de un lado para otro, tropezando con cráneos y cajas torácicas que salen a mi paso.

Las risas caóticas se suceden con la desazón de los llantos de los arrepentidos.

Un niño LLORA.
Alguien ha debido de arrancarle de un mordisco un dedo de un pie.
Otra entidad en decadencia se conmociona de dolor.
Un ALMA del INFIERNO le ha debido de dar un buen zarpazo en el abdomen, profundizando con las garras hasta extraerle los intestinos.

– Parecen una ristra de salchichas moradas y viscosas – comenta alguien.
Me lo imaginé colocándoselos sobre los hombros como si fuera la corona de laurel del TRIUNFADOR.

Las risas seguían transmitiéndose de boca a boca en el averno.
Y cuando iba a dar con el hallazgo de mi cabeza, dispuesto a atornillármela encima del tronco, un sonido se acentuó en mis cercanías.

Fue un zumbido espantoso. Insistente.

Grité fuera de mis cabales.
“¡AHHHH…!”
Me revolví en mi cuerpo, inerme hasta entonces, y con la sábana blanca cubriendo mi pálida desnudez salté de la mesa de porcelana del DEPÓSITO del TANATORIO, echando a correr mientras un hombre ataviado con una bata blanca – fantasmal -, sosteniendo una jeringa llena de fluido para embalsamar cadáveres quedó consternado por mi repentina recuperación.
Salí tal como estaba, en cueros, apretando el paso hasta abandonar la funeraria como alma que persigue el diablo.

Alejándome de mi DESTINO,
tal como corresponde a un asesino a sueldo
aquejado de EPILEPSIA.