La leyenda urbana del teléfono sonando sin que nadie conteste al mismo. (The urban legend of the phone ringing and no one answer to it).

Queridos seguidores y seguidoras de Escritos. Con este relato un poco más largo de lo habitual, iniciamos la semana aterradora de Halloween. ¡Adelante con la marcha fúnebre! Ja, Ja, JA!

Llamaron al mismo número varias veces a lo largo del día durante cinco días seguidos.

Era una casa situada en un barrio del suburbio. Entraron de noche, tomando las precauciones de siempre para robar todo cuanto pudiera haber de valor en el interior de la vivienda.
Efectivamente, daba la sensación de llevar desocupada un tiempo. No había mucho polvo acumulado y todo estaba en orden, así que era de suponer que los dueños estaban ausentes por vacaciones.
Registraron habitación por habitación, mueble por mueble. Lo más valioso eran ciertos equipos electrónicos de vídeo, televisión y sonido, además de un ordenador de sobremesa. No hallaron dinero, ni siquiera algo de calderilla. Cargaron con los componentes hasta su furgoneta y se marcharon en silencio. Les había llevado casi una hora. Todo perfecto.
Se quitaron los guantes de látex y los pasamontañas negros.
– Llevamos una buena racha. Ya van cinco de cinco – comentó Julius.
Era el mayor en edad de los dos. Tenía 37 años, por 25 Derrick Mitchell IV. Ambos eran afroamericanos, curtidos por manejarse en el mundillo de la delincuencia. Julius había pisado la cárcel un par de veces. Siempre por pequeños robos.
Ahora la cosa era más seria si eran pillados por la policía. Asaltar casas en plena nocturnidad y armados les podría costar una severa pena en una prisión de las más conflictivas del este del país.
– Bueno, hermano. Aquí hay para unos mil dólares pagados muy a la baja – calculó Julius, poco eufórico.
– ¡Demonios! Tenemos que cambiar de tratante. Ese puñetero blanco bajito es un tacaño.
– Conozco a Richie desde la trena, chaval. Será blanco, pero es legal. Si fuera negro, tampoco íbamos a sacar más de mil dólares por esta chatarra. Lo más nuevo parece la mini cadena musical. Lo demás debe de tener más de tres o cuatro años de uso, joder. Aunque la marca sea buena.
– Vale, ese tipejo es nuestro mecenas, ja. No te jode. Nosotros arriesgamos el trasero para que luego él monte su supermercado ilegal.
– Déjate de coñas. Tengo hambre. Cenemos pollo frito, nos vamos cada uno a nuestra casa a dormir y mañana entregamos la mercancía a Richie.
– Vale, tío. Mi estómago ruge. En eso tienes razón con lo del pollo frito.

La táctica era sencilla y funcionaba. Consistía en explorar en los barrios más alejados del centro de la ciudad casas familiares que dieran la sensación de poder estar abandonadas por la época veraniega. Ahora no podían guiarse simplemente por la acumulación del correo o de la prensa en el buzón y sobre la alfombrilla de la entrada de la casa porque los dueños recurrían a los vecinos, familiares cercanos o gente conocida para que se lo llevara, evitando esa sensación de abandono. Julius y Derrick primero procuraban hacerse con el número de teléfono de la casa. Eso era ahora sencillo gracias a internet. En el buscador de las páginas amarillas introducías el apellido familiar, la calle y el número de la casa, y si el dueño no había puesto reparos marcando la casilla del contrato telefónico donde impedía el uso de sus datos para fines comerciales, ¡tachán!, el número quince de Redson Street tenía el 389-4274, por ejemplo. Conseguido el detalle del teléfono, llamaban varias veces al día, esperando que nadie contestara. Al mismo tiempo controlaban las cercanías de la vivienda desde su furgoneta esperando ver algún tipo de movimiento o de idas y venidas hacia la misma. Cuando llevaban dos o tres días sin que nadie contestase al teléfono, y con la casa dando la misma sensación de estar vacía, se preparaban para el asalto nocturno.
El plan les funcionaba bien de esa manera, aunque a Derrick le parecía que tomaban demasiadas precauciones iniciales. Él hubiera preferido robar en la primera noche.
– Más vale ser precavidos que imprudentes, chaval – le aconsejó una tarde Julius a Derrick mientras vigilaban una casa. – Te diré una cosa. Un tío que se creía muy listo, y que ahora está en el corredor de la muerte, también asaltaba casas. Igualmente llamaba por teléfono. Pero su impaciencia le hizo de ir a allanar una casa en su primera noche. Dio la casualidad que mientras se preparaba, llegó la dueña, que era periodista o algo similar. Ella aparcó su coche dentro del garaje y se metió en la casa. Cuando el otro llegó con su furgón, vio las luces de la casa apagadas. El coche de la tía estaba oculto en su garaje, recuerda. Aún así, el tío no es tonto del todo y vuelve a llamar al número del teléfono de la casa. Nadie contesta y tan tranquilo, entra por una ventana de la planta baja. Empieza a registrar el salón con la linterna, cuando se lleva el susto padre al oír el grito de la mujer y ver cómo se enciende la luz principal de la planta baja. Se vuelve, y la ve envuelta en una toalla. El truco del teléfono no había funcionado porque la pava se estaba duchando y no había escuchado la llamada. Así que el colega, fuera de sí, con el plan reventado, le pega dos tiros y se larga echando leches, hasta que la poli le trinca al día siguiente.
“¿Y sabes por qué la cagó? Por no haber hecho un seguimiento de varios días seguidos. Por eso, tengo ya todo preparado con antelación en la furgoneta para el instante del asalto. No se me ocurre tampoco marcharme del lugar ni para mear. Por eso somos dos, para turnarnos en los descansos. Porque cinco minutos de ausencia pueden bastar para que les dé a los dueños de volver cuando menos te lo pienses, aunque sea en la puñetera madrugada, jolines, chaval. Así que métete las prisas por donde tú ya sabes. Que mientras estés conmigo, se harán las cosas a mí manera.

Julius estuvo esperando la vuelta de su compinche. Estaba claro que esa misma noche iban a irrumpir en esa casa de madera de aspecto colonial de doble planta y ático. Derrick regresó de la cabina telefónica más cercana.
– ¿Qué tal?
– Joder. Ya sabes. No contesta nadie. Ya son cuatro días haciendo el idiota, Julius. Encima hay una pechada de quince minutos hasta la jodida cabina, coño. No sé porqué nunca utilizamos el móvil.
– Porque quedaría registrado el número. Y no tengo ganas de estar cambiando de teléfono cada cuatro o cinco horas. Si pasa algo mal, los de la policía científica descubrirán que las llamadas fueron efectuadas desde la cabina. Y sin huellas, se podría inculpar incluso al pato Donald de haberlas hecho, ja, ja.
– ¡Listo que eres! Ahora espero que esta haya sido la última caminata.
– Nada. Dentro de una hora estará anocheciendo. Entraremos hacia las once. Tenemos la suerte que la casa está bastante apartada del resto.
– ¡Las once, dices! Joder, me acomodo en la parte trasera para dormir un rato.
– Eso, hazlo. Así no escucharé tus quejas durante un rato. Mocoso quejica de las narices.

Julius y Derrick flanquearon la casa por el lado izquierdo. Tantearon con la primera ventana, pero la hoja estaba demasiada encajada como para permitir hacer fuerza con la palanca. Fueron a la siguiente y la forzaron con facilidad. Se adentraron con la tranquilidad de saber que no había casas vecinales que pudieran albergar testigos en su interior.
– Esto es muy extraño, tío. Una casa tan aparatosa, sin vecinos que la molesten – dijo Derrick, inquieto.
– Cálmate, quieres. Es una vivienda antigua. Esto antes debía de ser un campo, con los habitantes distanciados unos de otros. Ahora con el crecimiento de la ciudad, el barrio lo ha absorbido todo.
– Menos esta puta casa, que sigue en casa Cristo, ja, ja.
– Tarde o temprano, o será integrada en el barrio, o lo más probable, derruida para la construcción de nuevas viviendas. Ahora cállate y echemos un vistazo, a ver con qué nos encontramos.
Julius y Derrick fueron iluminando la estancia en la que estaban con las luces halógenas de sus linternas. En este caso la vivienda no estaba vacía por las vacaciones de sus ocupantes, pues había mucha suciedad acumulada en forma de polvo sobre los muebles, con insectos muertos, papeles de periódico amarillentos y cuarteados cubriendo el suelo, telarañas en cada rincón…
Derrick enfocó algo que había cerca de una pata de un armario.
– ¡Joder! ¡Cómo huele! ¿Qué coño es eso?
Julius se acercó lo mínimo para comprobar horrorizado que era un feto humano en avanzado estado de descomposición.
– Es un bebé muerto.
– ¡La madre! ¡Salgamos de aquí, Julius! Este sitio me da escalofríos. Además todo está en un estado lamentable. Es imposible que encontremos algo de valor entre toda esta mierda.
– Sí que da la sensación de estar desocupado desde hace muchos años. Pero el crío nació hace poco.
– Joder. Julius. Estás chapado a la antigua, pero debes saber que lo más seguro que la tía que estaba embarazada vendría aquí, o bien para abortar o para tener el crío. Seguro que era una drogata blanca que se lió con alguien que le dejó el recado. ¡Venga, tío! ¡Marchémonos de una vez!
Julius se alejó del cuerpo del niño muerto.
En ese instante escucharon un teléfono que sonaba desde una habitación cercana.
El sobresalto que se llevaron por el sonido repentino fue inenarrable.
– ¡La puta! ¡El teléfono! ¡Está sonando el teléfono! Y no somos ni tú ni yo, colega – dijo alterado, Derrick.
– Tienes razón. Salgamos por donde hemos entrado. ¿Me vas a hacer caso? ¿Por qué pones esa cara de los cojones? – Julius veía el terror en estado puro reflejado en el rostro de Derrick. Cuando quiso averiguar qué era lo que le que estaba sacando de quicio, fue demasiado tarde. Notó unas fuertes manos asentarse con firmeza a ambos lados de su cabeza, su giro brusco del cuello hacia la derecha y la pérdida de la vida en apenas un segundo.
Derrick estaba paralizado por la presencia de aquella criatura enorme que acababa de romperle el cuello a su amigo.
La figura sin vitalidad de Julius se desmoronó sobre el polvoriento suelo como si fuera un simple saco pesado.
La sonrisa del ser alcanzaba una longitud de oreja a oreja. Era diabólica, con una dentadura puntiaguda y negruzca asomándose con malicia.
Entonces sonó el teléfono de la habitación cercana.
Derrick salió momentáneamente de su parálisis. Miró el cadáver de Julius derrumbado sobre los periódicos, el manto de polvo y los insectos resecos. Sus ojos se encontraron con las cavidades oblicuas de la criatura, en cuyo interior sobresalía el tono anaranjado brillante del iris.
Derrick se acercó a la ventana por la cual se habían colado en aquella estancia infernal. Conforme retrocedía, sin dejar de alumbrar la figura que sonreía perversamente, el teléfono volvió a sonar con persistencia.
La mano izquierda de Derrick se posó entre temblores sobre  el marco inferior de la ventana abierta.
El teléfono cesó en sus llamadas.
La criatura se llevó un dedo retorcido al filo irregular de uno de los dientes superiores.
Contemplaba con evidente regocijo a Derrick.
La hoja de la ventana se deslizó de golpe hacia abajo, mutilando la mano de Derrick, para de paso cerrarle la única vía de escape que disponía.
– ¡Nooo! ¡Ahhh!
Derrick perdió la linterna, llevándose el muñón al regazo, tratando de impedir que sangrara. El dolor aún era ínfimo con lo que podría llegar a sentir más tarde.
La criatura se desplazó en dos zancadas hacia Derrick, asiéndole por el cuello con una mano mientras que con la otra le hizo de introducir el muñón sangrante en la enorme boca sonriente.
Derrick pataleaba en vilo, sin poder tocar el suelo con las zapatillas. Poco a poco se fue sintiendo más débil conforme aquel ser se alimentaba de su sangre.
Antes de morir, la criatura lo arrojó contra el cuerpo de su compañero muerto. Saboreó la sangre del joven con deleite, pasando la alargada lengua por los labios enrojecidos.
Conforme Derrick iba apagándose como una vela, con los párpados cediendo al deseo de un sueño eterno, el teléfono de aquella otra  maldita habitación reincidió en su llamada.
La criatura soltó una carcajada malsana, mientras contemplaba los últimos estertores de vida del intruso.
– Aquí nunca contestamos al teléfono – graznó,  con el teléfono manifestándose como insistente sonido de fondo


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8 comentarios en “La leyenda urbana del teléfono sonando sin que nadie conteste al mismo. (The urban legend of the phone ringing and no one answer to it).

  1. Robert, te lo tengo que decir aunque suene a repetitivo, tienes una imaginación desbordante. No es nada fácil escribir sobre un mismo tema, con tanta frecuencia como lo haces y que resulten tan amenos e interesantes tus relatos.Un abrazo

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  2. ¡Pero! dejo de ver este Horrorífico Blog unos días y me encuentro con cambios, relatos diarios, premios, repuestas muy bien contestadas y evadidas(jaja)y tú, Robert, descubriendo historias, activando tu mente prolífera sin mayor desmedro para tu persona.¡Te felicito! Es de noche tarde y. . .suena mi teléfono. . .¡Mamita querida! Un abrazo, amigo.

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  3. ¡Gracias, Nerea! El asunto es pensar en la historia de la casa tétrica. ¿Cómo se llegó a ese estado de abandono y cómo llegó esa criatura horripilante? Demasiadas preguntas para la hora de la mañana en que te estoy contestando a tu comentario, ja ja. Un saludazo. 🙂

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  4. ¡Hola, Almaes! ¡Muchísimas gracias por tu comentario! Bueno, siempre he sido muy imaginativo. Se puede decir que a todas horas pienso en cosas extravagantes, je je. En concreto, este relato, y no es broma, me surgió a la hora de fregar los platos, antes de ir al curro. Lo escribí en menos de una hora, con prisas, pendiente que no iba a poder publicarlo antes de salir para el híper. Luego en el trabajo pensé que a lo mejor no estaba muy convincente por lo de las prisas. Pero luego lo releí al llegar a casa y me gustó. Está claro que no es una obra maestra, pero está en la línea de mis grandes maestros del terror, Rampsey Campbell, Clive Barker, Sthephen King. Ja, ja. Si lo oyen, estos autores me demandan. Un fuerte abrazo desde Escritos, compañero. 🙂

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  5. ¡Hola, ZM! ¡Jolines, chica! Que me sacas los colores con tanta efusividad elogiosa, ja ja. Bueno. Reconozco que ahora estoy en un período muy creativo, pero ya sabes, en cuanto llegue el apagón… Que los escritores estamos así. Increíblemente es verdad que si estás depre, estilo Poe, tienes más ganas de escribir. ¡Viva la melancolía! Ahora en Halloween, habrá menos nivel en los relatos. Serán cortos y estilo serie B, dada las fechas. Y con humor gráfico. Un besote, compañera. Y un saludazo desde Pamplona, la Fría de nuevo. 🙂

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  6. Esta escalofriante historia me dejó con miedo, pues la leí sola. Pero genial, de eso se trata.Tienes bastante imaginación y maléfica, me encanta!!!Yo otra vez, tenía ganas de desquitarme. Espero que la cosa esa no me salga en la oscuridad y me haga algo parecido a lo que le hizo al par de ladrones. Buenísima.

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  7. ¡Hola, Andri! Me alegro de que hayas pasado miedo, ja ja. No, en serio. Ya lo siento… Mira que miento.Aunque me importa un pimiento.Jo, jo.Pero no debes de temer nada. Me imagino que nunca vas a planificar el asalto nocturno de una casa, así que tú tranquilita. Que eso les pasó por ser unos delincuentes.Recibe un fuerte abrazo. 🙂

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